Fitz Roy y el glaciar Perito Moreno



Atrás quedaba el paisaje espléndido de Bariloche y sus alrededores, el bosque encantado de la isla de Llao Llao, bosque de nothofagus con ejemplares de nombres tan bellos como el bosque mismo: pagaguas, chilcos, pañiles. cohines, lengas, un magnífico rincón de arrayanes. Ahora volábamos en un avión militar rumbo a Comodoro Rivadavia; la sombra del avión sube y baja por las áridas lomas de las estribaciones de los Andes, un rato después desaparece totalmente la vegetación, la tierra se hace desierto de lomas erosionadas, cauces secos, quebradas donde de tanto en tanto aparece el tejado de una casa aislada. Por la tarde otro vuelo nos deja en Río Gallego.

El espacio, enorme y reiterativo, parece alargar el tiempo convirtiendo las inmensas distancias de este país en un universo cerrado sobre sí mismo, ajeno a la otra realidad, que era hasta entonces un mundo poblado de ciudades y accidentes geográficos. Los cerros, ocres y secos, sucediéndose unos a otros llenan el espacio de la jornada. Es una sensación que nace de sobrevolar los Andes en un avión ligero, atravesar la Patagonia de oeste a este, empalmar inmediatamente por la mañana esperando el alba en la terminal de autobuses para volver de madrugada a la carretera.

Ahora es un mediodia espléndido de sol rasante sobre las pocas matas de un paisaje desértico. Es como si de ayer a hoy hubieran transcurrido semanas. El autobús se dirige a El Calafate, junto al lago Argentino. Por la ventanilla, envueltos en la luz cálidad de una mañana de invierno, vemos pasar grupos de ñandúes; las rapaces posan en las empalizadas de las vallas, la vista se pierde en un mar de tierra plana de color tabaco claro. La sensación física de estar lejos de casa es cada vez más patente, ese continuo alejarse... Esa mañana encuentro  que el tiempo ha empezado a transcurrir demasiado deprisa, como si ese viaje que acabamos de comenzar fuera a finalizar excesivamente pronto, como si nosfuera a dejar a la vuelta de unos días en ese mundo del que despegamos hace un par de semanas. Pisar caminos, atravesar bosques, mirar desde el aire pasar despacio la tierra bajo los pies, leer, escribir, hablar con la gente del país, hacer fotos, transitar por las estaciones del año como si el año fuera un espacio y no un tiempo. En expectativa un sueño de juventud: caminar por los alrededores del Fitz Roy y Cerro Torre o tomar un barco en una fría mañana de invierno que nos llevará en unos días del invierno del sur a la primavera del norte.

Leía desde hacía un buen rato y en un alto he levantado la vista del libro y me ha encontrado con la aparición de los Andes, grandes y afilados picachos cubiertos de nieve; al fondo de una inmensa llanura dorada ya levemente por el sol de final de tarde se levantaba los farallones del Fitz Roy. ¿Por qué nos gusta una determinada música?, se preguntaba Guille días atrás en un correo. Seguramente porque nos emociona, se contestaba a sí mismo. Guillermo había escrito en su último correo sobre la relación arte-música, cine-música, trataba de encontrar el porqué debe valorarse el arte contemporáneo, buscaba defender la desvinculación entre éste y el texto. Ese proceso que se da en el arte contemporáneo en el que el contenido y la forma se separan, hasta dejar de existir el primero, quedando exclusivamente la forma como expresión genuina del hecho creativo. Y resalta la importancia del particular modo de ver de cada uno; tal vez no es la forma de hacer las películas lo que importa sino la forma como las vemos, disociadas del texto, del contenido, y valoradas según la emoción que transmiten. La forma, desnuda y simple, se convierte, según él, en el motor del arte y en la fuente esencial de la emoción.

El perfil de aquella montaña que poco a poco se aproximaba en el ocre herrumbroso de la tarde, pertenecía también al orbe de lo que provoca emoción, sus formas bellamente procaces retando el valor de los escaladores, y guardadora de mundos inhóspitos, coronando la cordillera de los Andes con un brochazo de espléndido atrevimiento, pertenecía al mundo de un arte profundamente perturbador. La forma desnuda era desde luego, por más que no hubiera sido fabricada por las manos de un artista, motivo de la emoción de aquella tarde; pero esa emoción se ahondaba con el contenido, su historia, el tránsito de las expediciones que habían escalado sus lisas paredes. La relación entre el arte y la naturaleza sería un tema que volvería una y otra vez a ocupar sus pensamientos a lo largo de todo el viaje.

Lago Argentino, una inmensa superficie marina sobre la que flotan los glaciares y las montañas nevadas; sutiles gamas de azules subiendo desde el agua hasta las cumbre. Bandadas de flamencos y cisnes sobrevuelan la orilla. El lago y las montañas, la cadena de los Andes cruzando el horizonte, crecen al final de una estepa interminable. El contraste es extraordinario, un desierto al final del cual se yergue un mundo de hielo y afiladas montañas. Una línea de dunas dejaban caer sus rubios rizos sobre la orilla. Los días eran cortos y luminosos.

Hoy pasamos todo el día con un profe de Arizona, Al se llama; vendió su casa y dejó el trabajo para viajar durante un año por América. Habitamos una especie de chalecito adosado, la calefacción es excelente. Era muy agradable caminar durante todo el día para terminar a la tarde leyendo o trabajando en un lugar tan acogedor.

Los medios públicos de transporte ya no llegan a esta parte del mundo, al día siguiente iríamos en taxi con Al a la zona del Fitz Roy, doscientos cincuenta kilómetros al norte. Saldríamoa a las cinco de la mañana y regresaríamos cerrada ya la noche.

No ha amanecido aún cuando comenzamos a trepar por un bosque desnudo y fantasmal. Aprovechamos hasta el final de la tarde para para recorrer uno de los parajes más espectáculares y bellos del mundo. Esa cadena montañosa hermosa, erguida, de un granito rosado rodeada de glaciares y nieves perpetuas, elevándose sobre la estepa desértica era algo de una grandiosidad poco común. El día estaba nublado cuando comenzamos a andar y así continuó más o menos durante toda la jornada; sin embargo la luz era de una calidad extraordinaria, todo estaba helado, arroyos, lagos, pantanales, duro como la piedra. Los bosques, los arbustos, unas plantas ralas de colores alegres que tapizaban gran parte del llano, el fondo de nubes, los verdes azulados de un glaciar se comen la provisión de diapositivas. Al final del día levantaron las nubes, se abrieron cuando subíamos por un inmenso valle en U. Y apareció la mole del Cerro Torre, los glaciares, todos los grandes acólitos del Fitz Roy. 

A la vuelta, después de cuatro horas de coche por caminos de tierra comienza a nevar, la carretera se hace peligrosa; caía una helada de mil demonios.

Dos días después nos desplazamos  hasta el glaciar Perito Moreno; la cola del glaciar se desploma continua y aparatosamente sobre el agua verdosa del lago. Masas de hielo de más de setenta metros de altura cayendo como una ciudad de enormes rascacielos que se desmoronase, es un espectáculo salvaje y grandioso. 

A continuación el tiempo empeora, el frío se hace más intenso. 

No hay comentarios: