Puerto Natales (Chile)


Salimos de madrugada en un avión hasta Río Gallego, hicimos auto-stop, cogimos un autobús, llegamos a un paisaje enteramente nevado, se hizo de noche, bajamos en Río Turbio, demoramos una hora en la frontera y por último llegamos al otro lado, del Atlántico al Pácifico, el océano no se veía, pero ahí estaba más allá de la la niebla, en una noche londinense al fondo del Cono Sur.

Es difícil centrarse en un tema a este ritmo de vida trepidante que nos lleva de un lado para otro del hemisferio sur; apenas hemos empezado a elaborar uno cuando hay que tomar el avión o el barco y el asunto anterior queda obsoleto o desplazado. Hoy fue un día especialmente intenso. Hablamos por los codos con un camionero, tuvimos una pequeña aventura con un R12, hubimos de caminar muchos kilómetros por un desierto hermoso, hermoso hasta el deliquio, la inmensidad, el silencio, un ruido de motor en la inmensa lejanía cada dos horas, alguna rapaz, también alguna avestruz ...y la luz, la luz bañando un cielo de nubes azul ceniza... y el brillo húmedo de la carretera de tierra, una línea infinita trazada como un grito sobre la tierra vasta del sur patagónico.

El automóvil había derrapado en una curva y había dado la vuelta la vuelta sobre sí mismo hasta quedar patas arriba. Hubimos de salir a gatas por la ventana trasera. Contusiones, un corte en una oreja, un hilo de sangre en una mejilla, eso fue todo. Salía humo del motor. Corrimos un centenar de metros alejándonos del vehículo. Luego el humo se extinguió. Se detuvo un camión; entre todos pudimos poner el coche sobre sus ruedas; el coche arrancó. Las dos mujeres, madre e hija, optaron por retornar a Río Gallego. Nosotros optamos por caminar rumbo a las costas del Pacífico. Quedamos solos en mitad de este desierto, solos con las nubes azules, los amarillos de los yerbazales, las lomas perfiladas sobre el horizonte contra el camino brillante que parecía perderse en el infinito. Caminar en este desierto era una fiesta de luz y asombro. Pasaban los kilómetros, km. 3032, km. 3031, km. 3029, km. 3026, unos pequeños palos con números negros sobre fondo blanco que inducían a pensar en la inmensidad de las distancias; ¿cuánto tiempo tardaríamos en llegar al km. 0? Tres, cuatro autos, nadie para, pasan a una velocidad inverosímil sobre la carretera de macadán. Al fin nos sentamos al fondo de uno de esos llanos, comemos, leemos. El sol apenas levanta en estas latitudes del horizonte, es una luz siempre de tarde, siempre translúcida, fría. Los ruidos de los motores preceden en muchos kilómetros a los vehículos, termina por aparecer un colectivo de El Pingüino a lo lejos, para, lo tomamos, hace un calor húmedo excesivo en su interior, me adormilo; cuando me despierto el paisaje está cubierto de nieve, las lomas están cubiertas de nieve, los ríos corren lentos por el centro de un canal de hielo. Se hace noche en medio de este paisaje blanco azulado. La calles de Río Turbio están heladas. Otro autobús nos lleva hasta la frontera y de allí a Puerto Natales. Nos gustan sus calles, el ambiente de noche de este lugar, en el albergue nos encontramos con Al, el amigo que dejáramos junto a las cumbres del Fitz Roy. Escribimos durante hora y media a nuestros hijos; después charlamos con la dueña del albergue; xAl se había bebido cuatro litros de cerveza y animaba una tertulia familiar en la habitación de al lado.

Esa noche llegamos hambriento y nos metimos a cernar en un sitio muy cuco, sonaba Jordi Savall.


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