Sucre

Llevamos cuarenta y ocho horas viajando, estamos muy cansados. Sin embargo esta ciudad resarce de tanta fatiga, alegra ver orden y buen gusto en las calles; arcadas, plazas arboladas, patios que recuerdan a aquellos de las ciudades del Mediterráneo, un gentío discreto por las calles, es un lugar acogedor.

América es un continente peculiar en muchos sentidos. A cada paso uno se ve preguntado y cuestionado por la complejidad de circunstancias que atenazan esta tierra desde hace quinientos años. Bolivia es uno de los países donde esta complejidad adquiere su grado máximo si a los problemas del subdesarrollo y culturales se le suma la idiosincrasia étnica y económica. Al margen de las simpatías y antipatías, que puedan condicionar una primera visión del país, es sumamente relevante cómo una región del mundo como ésta puede estar tan condicionada por los problemas particulares de su forma de ser, de entender la vida la mayoría de la población; y por supuesto por la economía del narcotráfico y los usos y costumbres de la población económicamente marginal. El problema de la coca, por ejemplo, tiene tantas derivaciones, que sería imposible decir nada con coherencia sin dedicarle muchas páginas de análisis. En la selva hemos comprendido bastante el punto de vista de la población que vive de este cultivo, uno llega a entender que no hay en ninguna parte del mundo un interés real por la desaparición de las plantaciones de coca. Hay un cinismo relevante en el tratamiento de este tema. El costo de las subvenciones norteamericanas al agricultor boliviano viene a ser el costo del cinismo adecuado para comprar la mala conciencia colectiva de un fundamentalismo religioso mojigato. Nada hace pensar que en la mentalidad de los negociadores para la erradicación de la cocaína haya una real intención de hacerla desaparecer. Una vez más se manejan los cauces de la propaganda a nivel mundial para camuflar grandes negocios internacionales. Y a las gentes de allá, de acá en este caso, que les den por culo. Se huele en las calles de Latinoamérica un antiamericanismo visceral. Se siente que la plata la manejan ellos ... Y uno enciende la televisión y observa perplejo hasta donde la colonización cultural americana es un hecho aceptado sin el menor cuestionamiento: el policía americano, el macho americano, la prepotencia, el cinismo, su ética-basura.

¿Pero se puede hacer una política de izquierda?, le decía el otro día a Mateo, nuestro guía en los días que pasamos en la selva del Tuichi, ¿hay alguien que pueda hacer una política de izquierdas en un mundo en que las interrelaciones comerciales están tan íntimamente imbricadas unas con otras? Las raíces de los sistemas económicos, de sus relaciones particulares, están tan entrañablemente mezcladas como puedan estarlo las raíces de árboles y plantas de esta selva boliviana. ¿Cómo individualizar, no tener en cuenta los múltiples niveles de simbiosis, las mutuas dependencias? ¿Y qué sabios con buena voluntad encontrarán los distintos países para enderezar las autonomías y crear riqueza en los países de origen? Uno se siente impelido a creer que esto no existe, que lo que realmente hay son voraces y flemáticos usurpadores, criminales todopoderosos mimetizados con la bandera de ese “nuevo orden” que no es otro que el de la depredación a toda costa del tercer mundo amparado en una salvaje economía de mercado en donde unos pocos deciden todo.

Salimos a dar una vuelta y a cenar. Es sin duda la ciudad más acogedora que hemos visitado durante este viaje. No tiene nada que ver con el resto del país.

“Combata la pobreza, ¡mate un mendigo!” ¿Qué se proponen los herederos de Malthus sino matar a todos los próximos mendigos antes de que nazcan? (Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano)

¿Realmente esto que defiende Galeano de conservar estos índices de natalidad (sobra espacio, hay que poblar América, dice) no es una pirueta intelectual? La base de una natalidad galopante, la forma, todo el mundo lo sabe, la incultura, la falta de previsión y un grado de indolencia mental considerable.

¿Pero es necesario poblar la Amazonia? Si Bélgica y Francia están así de pobladas, ¿igualmente debe estarlo Laponia, Groenlandia? “En la mayor parte de los países latinoamericanos, la gente no sobra: falta” ¿De qué manera la Amazonia podría sostener una población similar a la de Bélgica, por ejemplo?. Parece como si los criterios de población hubieran de ser extendidos por igual a todo el mundo; este punto de vista, mantener los altos índices de natalidad porque el país admite una población relativa mayor es incomprensible. Otra cuestión sería que el agricultor uruguayo pudiera disponer de la tecnología agrícola estadounidense, pero ¿cómo podría el agricultor uruguayo llegar allá en la mejor de las circunstancias?


* * *

Se me ha aparecido la virgen subiendo una escalera.

Trepo los escalones del hotel y en el descansillo vuelvo a ver el póster de las cumbres del Sassolungo con un primer plano de agua y flores rabiosamente coloreadas. Y ya que este largo viaje por América parece abocar a un final en espera del otoño y del trabajo, se me cruza en estas condiciones la primavera dolomítica de las montañas de siempre y recibo como una punzada su llamada. Después de regresar de América, volar a las Dolomitas, esa es la aparición. El verano de las montañas vuelve a nacer así en mitad de estas vacaciones para remontar el vuelo hacia los paraísos visitados de siempre. Las Dolomitas son otro mundo que duerme dentro de mí arropado por la memoria de las vivencias profundas.

Cuando la intensidad del esfuerzo es grande, la lógica del cuerpo pide descanso, cambios de ritmo, el llano sigue a las montañas; pero algún resorte interno me pone sobre aviso de este descanso engañoso; los ratos de intensidad yacen escondidos en la incertidumbre del esfuerzo, en el alba que nos sorprende pisando los caminos de las cumbres. Pienso que buena parte de lo que quiero vivir está en el escenario de lo que he vivido; no de otra manera puede entenderse que levante en mí estos deseos valles tan conocidos como los de las Dolomitas. Es el arrullo de las asociaciones de la memoria que me invita a husmear rincones de un mundo familiar. Pensar desde estas asociaciones me crea un nuevo estado de excitaciones y expectativas. ¿Duermen en mí deseos que desconozco? Recuerdo mi última estancia en Brenta, que fue una gratísima experiencia, y no tiene, sin embargo la luz con la que yo veo esta tarde aquel norte de Italia; las de esta tarde son montañas vinculadas a remotos años pasados, imagino todo aquello y me siento muy excitado; en mi voluntad aparece el deseo de rescatar aquellas cumbres. Por ahí circulan mis sueños, se alzan como una voz de alerta que pide ser escuchada más allá de lo pasajero de un deseo agradable.

Y sucede que según me acerco a estas tierras los recuerdos se reproducen unos a otros y entonces, de las entrañas de la memoria surgen a borbotones más y más montañas vestidas de alba, de estrellas, de largas y costosas ascensiones conseguidas tras laboriosos sacrificios. Y me asalta la duda, ¿volver a saciarme de montañas, de esfuerzos extenuantes, de valles, de soledad?; ¿y llegar ahíto al otoño como quien regresa de atravesar el desierto hermoso y sediento?; ¿y volver a cargar la cámara de imágenes y colores con los que nutrir el invierno y la juventud recientita inaugurada con este desmadre de la cincuentena en ciernes...? ¿y volver a escucharme a mí mismo durante una larga temporada pateando la tierra como un lobo hambriento de vida?

Me sorprendo a mí mismo escribiendo las líneas anteriores. Me pienso en el estado anímico inmediato de estos días y no me reconozco esta nueva disposición. Y mientras escribo esto último se me ocurre que, coño, estas cosas hay que aprovecharlas, que no pueden dejarse las velas arriadas cuando soplan vientos tan poco usuales. Por cierto, ¿cómo nacerán estas cosas? Lo de hoy es un accidente; Victoria me manda a comprar agua a la tienda de al lado, bajo con desgana, estoy demasiado a gusto arrullado al calor de la lectura; bajo junto al póster y nada, compro el agua, vuelvo a subir, lo miro de refilón y mientras subo los cuatro o cinco escalones —cuatro o cinco, no más—, plas, de golpe me viene la llamada de las cumbres arroyando con su fragor repentino cualquier expectativa en ciernes, y no me reconozco porque, haciendo balance de la gran cantidad de tiempo que dedico a pensarme o a repasar las realidades de mi entorno, cada vez descubro menos estos ramalazos de viento, que sólo veinte, veinticinco años atrás tenían la capacidad de embestida con que amenazan esta tarde en el corto espacio de tiempo en que consumo un mate.

Victoria me recuerda una idea leída en Vargas Llosas, parece que tomada de Cioran, la necesidad de dejar un lugar en la existencia para “visitar el animal que llevamos dentro”. ¿Ese animal que llevamos dentro, nosotros mismos, se corresponde exactamente con el que compartimos la mayor parte de la existencia? o más bien sólo nos aproximamos tímidamente a él, en plácido equilibrio con otras demandas, otras convenciones, otras perezas, otros sucedáneos... Trágico interrogante, porque hay una verdad que no tiene vuelta de hoja, rodeando el peligro, el esfuerzo o el sufrimiento la existencia nunca puede ser igual de sabrosa. Las sombras de las realidades se confunden fácilmente con la consistencia de las realidades mismas. ¿Cómo cerciorarse de la calidad de la realidad vivida cuando es tan fácil vivir alimentado de las sombras o de entidades menores?

Viajar siguiendo una guía, pasar por atender las curiosidades comunes de los viajeros, descansar de siempre lo mismo, es un imperativo necesario; pero tiene poca sustancia si uno sigue la ruta ancha de lo que medio mundo va dejando delante de nosotros, si uno no se sale del camino y no se acerca a dejarse los músculos mascullados valle arriba entre las piedras, la nieve o el frío. Hay maneras muy sutiles de rodear los escollos del esfuerzo o, por decirlo de otra manera, el esplendor generoso de la naturaleza; somos capaces de engañarnos a nosotros mismos durante largos periodos de tiempo, somos capaces de incapacitarnos con la metafísica del tiempo y la degradación con tal de substraernos al esfuerzo de enfrentar el sufrimiento y el esfuerzo, no entendiendo que no es dable la recompensa con la sola pasión de contempladores desde la llanura; que la sola pasión no es suficiente, que necesita del ejercicio de la pasión sobre la tierra para que de esta unión nazca el hombre que duerme y acosa a su amada en la soledad de una naturaleza recuperada.

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